miércoles, 24 de marzo de 2010

lunes, 2 de febrero de 2009

Entrecruzamiento de la Historia y la literatura



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Predominan en este libro, desde el anális del encuentro de la Historia y la literatura trabajado por Paul Ricoeur, el tema de la familia y la nación en las novelas Las horas del sur, de García Ramis, Paraje de tránsito (1999) de López Ramírez y en las crónicas de Puertorriqueños, álbum de la sagrada familia puertorriqueña (1989) y en Caribeños (2002), de Edgardo Rodríguez Juliá. Hemos dedicado dos ensayos a José Luis González, como figura tutelar del grupo de los setenta. Por su importancia dentro de la escritura del setenta reflexionamos sobre historia y crónica en La llegada: crónica con "ficción" (1980) y en Balada de otro tiempo (1978), la relación campo ciudad y la referencialidad histórica. De esta manera conectamos a este grupo de creadores con su predecesor más inmediato.

Además de la familia, el tema capital o el espacio revisitado del pasado puertorriqueño, el 98, que es el punto final del dominio español y el inicio del estadounidense; también asoman en estas reflexiones, la historicidad de los siglos XVI y XVIII en la cultura puertorriqueña, el Grito de Lares, la gesta nacionalista, la caribeñidad, la identidad colectiva e individual, la construcción de un sujeto político, en fin, los temas en los que más se detienen los estudios puertorriqueños.

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La Generacion del setenta y la Historia

martes, 23 de septiembre de 2008

Jan Martínez


PROSAS PERVERSAS[1],

Tanto en su libro Minuto de silencio (1977), como en Archivo de cuentas (1987)  y en  Jardín (1997), el poeta Jan Martínez se constituye como una de las principales voces de la poesía puertorriqueña del último cuarto del siglo veinte. Su poesía se destaca por el preciosismo parnasiano, el surrealismo y el diálogo con los novísimos españoles, Jaime Gil de Biedma y el grupo de “Cántico”; así como con el creacionismo de Vicente Huidobro y la lírica de Juan Gelman. La influencia de la poesía árabe, la poesía del Siglo de Oro, la prosa de Canales y Palés y la narrativa barroca del Caribe constituyen fuentes de inspiración para el poeta. Encontramos tangencias con Poetas como  Lautreamont y  Rayner María Rilke. Llama la atención los puntos de contacto de su poesía con escritores dominicanos como Franklin Mieses Burgos, León David y Alexis Gómez.

            Cuando se lee la poesía de Jan Martínez, se recorre toda la historia de la verdadera y gran poesía de nuestra cultura y se puede apreciar la riqueza del decir literario puertorriqueño en el cual  este autor no está solo. La revolución literaria de los setenta, con Iván Silén y José Luis Vega, marca en la literatura del Caribe un retorno a la tradición creada por la vanguardia latinoamericana. Pero, si estas afirmaciones pudieran resultar exageradas, sólo me queja remitir a los sorprendidos a una lectura desapasionada del poeta…mientras tanto, soy un presentador que no se ve en aprietos... hablo del goce de la lectura y del placer que me da hablar de los hallazgos que encuentro en esta obra…También soy un sapo que versa…reversa, vierte los versos en prosa y la prosa en verso…No sé si el silencio o la palabra me harán más feliz.

Estamos frente a un libro de escritura barroca y caribeña. Escritura que toma la experiencia de Darío, el aliento parnasiano, el color anaranjado de la tarde, el adjetivo preciso y necesario, la sonoridad de la palabra, el giro poético, la ironía, la invención, la sorpresa…Todo ello conjugado en una expresión que va de la poesía a la narrativa, del mundo bucólico y de égloga, al mundo citadino; de la filosofía de la vida a la forma inevitable de la muerte. El autor no sólo nos hace disfrutar de una poesía en prosa que se parangona con la mejor de nuestro continente, sino que nos pone frente al devenir humano, la vida y la muerte, la sociedad y las distintas maneras que la vida cotidiana van cambiando la existencia humana.

            Se equivoca quien piense que en este libro encontrará la inspiración romántica y solipsista de un poeta desadaptado del mundo. No representa este libro el discurrir de un yo poético de torre de marfil, es mucho más: contiene una meditación simbólica (con todo lo que pueda tener de contradictorio el símbolo y la racionalidad) en la que el mundo natural es disfrutado, pero también pensado.

            En “El cincelador de horarios”, la vida cotidiana que hace del ser humano un enano repetidor de rutinas en la que el tiempo se convierte en mercancía que se contabiliza en la teneduría de libros de aquellos que el autor ha llamado “los señores de los salarios”. Señores que venden la monotonía y la soledad. En esas horas de faena, el amor se constituye como un vengador. Está pieza sola, en la que se encuentran los ecos de Luis Palés Matos, dándole

 continuidad al decir puertorriqueño, el tiempo es el destino, o la tragedia, como diría Borges, al que está llamado el hombre social; mientras que el trabajo es la venganza social lanzada a los amantes.  Así presenta al cincelador:

“…Será por siempre amado por los señores que domestican los salarios y distribuyen el hastío en las boticas y las calles repletas de eficientes sonámbulos. Todos saben que su trabajo es imprescindible, sin el cincelador de horarios serían rizadas y luminosas las horas, podrían

 holgar los líridas y en el aire sería en triunfo de la paloma y el bardo ruiseñor. El cincelador se precia de ser el artífice de los irisados sones del gong que anuncian las horas con indiscriminado acento”( pág. 15)

            Pero no se queda ahí el poeta, en “El dueño de la vida” se pregunta dónde se ha ido la vida ¿acaso a la casa de los funcionarios? La narración discurre mediante interrogaciones en las que el poeta le hace pregunta a la vida como buscando una definición del mundo actual, de los sujetos contemporáneos que han perdido la vida. La reclama: “que quiero saber de su vida, la vida, que le escribo y no recibo respuesta, que la llamo y me quedo con el eco en la mano como un pájaro sin bemoles. Que vuelva el que ocultó la vida y, si no quiere devolverla, al menos, le lleve recuerdos y manzanas de éstos sus desdichados suscribientes” (pág. 17)



[1] Jan Martínes. Prosas (per) versas. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2000.  

Tomás López Ramírez

JUEGO DE LAS REVELACIONES 

Tomás López Ramírez, con una prosa límpida y llena de hallazgos estilísticos, es la principal figura de la cuentística puertorriqueña de la década del setenta. Además de sus obras cuentísticas, López Ramírez ha publicado dos novelas Juego de las revelaciones (1976) y Paraje de tránsito (1999)[1]. En ambas obras ha demostrado su dominio de la lengua y del arte de narrar. Su prosa, poética en felices momentos, no deja de buscar lo puertorriqueño a través de la realidad, el sentido  histórico y la historicidad de la materia narrada.

            López Ramírez es un novelista sintético: esta primera novela se puede enmarcar dentro de los nouvelle o nívolas, si nos limitamos a la extensión del corpus narrativo. En Juego de las revelaciones la fijación de historias se revela frente a los personajes y al lector. Son historias maravillosas, unas veces; otras, sórdidas, y finalmente, narraciones que ponen en función los escenarios y los personajes que hacen la historia en Puerto Rico.

            En Juego de las revelaciones funciona como un mosaico caracterizado por el gentío, las voces superpuestas y las historias fragmentadas con las que el autor busca la memoria y fija una historia reciente. El sentido de gentío sirve como metáfora de una nación dividida, fragmentada como la obra misma. De ahí que el texto pueda ser leído como historicidad: Puerto Rico y sus personajes, como actores del gran drama nacional. Al inicio el gentío aparece en una guagua de pasajeros (pisicorre). Las distintas voces manifiestan el caos y la imposibilidad de orden. El auto se dirige a San Juan donde “parece que está por repetirse lo del cincuenta, hace ya tres años”. (9)

            En boca del chofer, “gordo con sombrero de panamá”, se marca la historia, se establece una huella del pasado donde el presente lo plagia: el presente podría repetirse. Ese sentido de lo histórico aparece varias veces en el texto. Se cuenta la Historia y se cuentan historias. Ficción y verdad juegan sus propias revelaciones, para que podamos apreciar, entender, la ideología.

            El apresamiento de Pedro Albizu Campos es un acontecimiento histórico. El viejo Eusebio funciona como personaje que le da valor al presente, un valor de permanencia en la memoria: “Usted ha sido testigo de la historia, –dijo– de una historia que termina aquí” (20) El discurso narrativo no solamente valora y designa lo que es histórico sino que establece el fin de un relato histórico. Y llega más lejos. Ceferino ha sido testigo, tiene el poder del cronista: certificaría que la historia es real porque la han vivido. Los acontecimientos han sido parte de su presente, y algo más significativo, es que Ceferino está condenado a vivir otra historia, la que vendrá y la que no querrá testificar. De ahí que Eusebio le pasa a Ceferino la posibilidad de vivir otra historia, una historia empírica que pertenece a los sujetos.          


[1]López Ramírez, Tomás. Juegos de las Revelaciones. México: Extemporáneos, 1976. [Primera edición puertorriqueña: Editorial Cultura, 2003]. Paraje de tránsito. Río Piedras: Plaza Mayor, 1999. Véase Áurea María  Sotomayor, op. cit.

 


Marcio Veloz Maggiolo

















MEMORIA Y OLVIDO EN UÑA Y CARNE[1]

 

El antropólogo francés Marc Augé[2] ha  definido, el olvido como un acto necesario para la sociedad y para el individuo. Dice que “hay que saber olvidar para saborear el gusto del presente, del instante y de la espera”. La memoria necesita del olvido. En América Latina, memoria y olvido tienen un significado político que muchas veces desborda la pura presencia de la memoria en los sujetos, estableciéndose como un recuerdo político que es imposible borrar.

            No siempre se puede olvidar. La memoria es presencia que le da objetividad al pasado. El ser es memoria. El recuerdo es el tiempo pasado que se resiste a morir. Para los pueblos postdictatoriales del Cono o para los caribeños que han sufrido las flagelaciones políticas del poder centrado en un tirano, recuperar la memoria, revivir el pasado, es un acto de fortaleza política. Es la perseverancia de un “nunca jamás”.

            En Chile, por ejemplo, todo el repertorio simbólico de su historia ha estado dominado por la relación memoria-olvido, como bien lo ha planteado Nelly Richard.[3] Si acercamos el caso dominicano al chileno, estableciendo un corte temporal  de más de cuarenta años, tanto para el uno como para el otro la persistencia de la memoria ha tenido el significado de no olvidar un pasado reciente que nos asalta haciendo que políticamente sobreviva un pasado desgarrador.

            Marcio Veloz Maggiolo ha recuperado en su novela la memoria desgarrante de la virilidad trujillista. Él ha realizado un ejercicio literario con el firme propósito de que no se debe olvidara Así juega una política que se balancea en su propia estrategia. La memoria que es fragmento de recuerdo sólo es posible aprehenderla a través de aquellos elementos más lastimeros que permanecen como símbolo de un pasado traumático. La relación entre el poder y la sexualidad conforma esa recuperación que realiza el novelista.

            El autor que recupera la memoria del trujillismo mediante la presencia grotesca de la sexualidad. En la novela el sexo no tiene ninguna máscara. Está ahí, descarnado, sin vestidura. El sexo es una presencia desgarrada. El poder lo usa como algo consustancial a su propia existencia. Si el poder pudiera seducir cambiaría su propia naturaleza. El poder no seduce; el poder  impone. De esta manera la tortura es la forma grotesca con la que aparece en el escenario el poder del dictador. El sexo es la sustancia de su manifestación fálica.

 


[1] Marcio Veloz Maggiolo. Uña y carne, memoria de la virilidad. Santo Domigo: Editora Cole, 1999.

[2] Marc Augé. Las formas del olvido. Barcelona: Gedisa, 1998.

[3]  Nelly Richard. La insubordinación de los signos. Santiago de Chile: Cuarto Propio, 1994.



César Andreu Iglesias


Los derrotados

Para nosotros, el concepto de historicidad es significativo en la medida en que nos ayuda a realizar un deslinde necesario al explicar la representación histórica que se inscribe en las obras de ficción[1]. Y lo es, además, porque la historicidad nos da un horizonte de posibilidades en los que el hecho histórico se manifiesta. La historicidad, no sería nada más la condición de lo histórico, ni la existencia de un ente en el tiempo. Ni siquiera la concreción humana como una figura religiosa. La historicidad la pensamos como relación del sujeto con su propio tiempo, como coyuntura del presente.[2] La historicidad se encuentra ahí donde el historiador es ciego. Donde la luz de los eventos deja significados que sólo son recuperables por los relatos de ficción y que resultan poco significativos para el historiador. Si la historia estudia los hechos singulares, la historicidad viene a ser la singularidad del tiempo, del momento, de la cotidianidad. Es algo poco recuperable desde las huellas y más desde la creación, desde la crónica, como relato del todo que incluye a los sujetos, como el tiempo vivido y la conciencia de pertenecer dentro del tiempo vivido a un tiempo de la comunidad, es decir a un tiempo compartido, que conforma una historia colectiva o un imaginario.

En Los derrotados de Andreu Iglesias es fundamental situar la relación entre historia e historicidad. En la medida en que el autor realiza una refiguración de su tiempo vivido. La lucha de los nacionalitas no es para Andreu Iglesias la Historia, sino un momento significativo de su tiempo vivido. En tanto que ha sido un testigo de los hechos, él es cronista de su tiempo. Su refiguración del tiempo vivido no es un relato del pasado sino de su presente. Un relato que luego se ha emparentado  o entrecruzado con el relato de los historiadores. Es decir, el tiempo vivido se ha unido al tiempo cósmico como tiempo histórico. Tanto el tiempo vivido como el tiempo histórico están caracterizados por el significado que los sujetos o la comunidad le da al tiempo y a sus eventos más sobresalientes.

            Lo que nos interesa revelar a partir de un análisis que rompa el tiempo vivido por el autor y narrado como una triple mímesis[3], es la cotidianidad de su tiempo, ese estar allí que lo hace un testigo privilegiado. En la obra Los derrotados, se aprecia el tiempo vivido, porque el autor pone, a través de la intriga ficcional, a una serie de actores en el mundo. Y ese estar ahí, en su cotidiana espesura es más rico en significación que el hecho aislado, archivado o reelaborado desde las tesis históricas.  ¿Por qué? Porque el novelista ha puesto en su intriga aquellos acontecimientos que nos ayudan a ver otra historia. La historia posible[4]. Es decir, le devuelve al hecho su materia prima original. Su propia historicidad. Es decir, su condición de histórico. O su extensión en el tiempo. Mientras la historia de los eventos elimina las pequeñas huellas, la narrativa ficcionalizada nos devuelve a través de la ficcionalización al teatro de los hechos. A partir de esa nueva puesta en escena, los eventos aparecen frente a su propia espesura. Sólo la crónica puede darnos esa espesura, esa intrahistoria.



[1] Ricœur resume la noción de representación en la palabra « répresentance », como expresión que condensa todas las esperas, las exigencias y aporías ligadas a la « intention ou intentionalité historianne ». También ella designa la espera atada al conocimiento histórico de las construcciones que constituyen o fundan las reconstrucciones del curso de los eventos pasados».  Paul Ricœur, La memoire..., pág. 359.

[2] Ricœur señala que “el acto intrasubjetivo de la experiencia temporal al que remiten todas nuestras historias no pueden tratarse como objetos [...] Nosotros somos parte de ese ámbito [la historicidad intersubjetiva] en la medida en que contamos y seguimos las historias que narran los historiadores o los novelistas [...] pertenecemos al ámbito de lo histórico antes de contar historias o de escribir la Historia. La historicidad propia del acto de contar y de escribir forma parte de la realidad de la historia”. Paul Ricœur. Historia y narratividad. Barcelona: Paidós, 1999.

[3]Ricœur  ha postulado que existe, de un proceso mimético que se mueve en una triple relación que él denomina prefiguración, configuración y refiguración.  La primera es  lo que precede a la operación de configuración de la narración, que es seguida por la refiguración de la práctica de la escritura. Estas tres operaciones subrayan los lazos del relato y la acción con el tiempo. Véase Ricœur Temps et récit, op. cit. y Mongin, Olivier. Paul Ricœur. París: Éditions du Seuil, 1998, pág., 139.

[4]Sobre este aspecto dice Canetti: “La Historia lo presenta todo como si no hubiera podido ocurrir de otra manera. Pero hubiera podido ocurrir de mil maneras distintas. La Historia se coloca  en el bando de lo ocurrido y, por medio de un contexto fuertemente tomado, lo destaca de lo no ocurrido. De entre todas las posibilidades, se apoya en una sola, la que ha sobrevivido. De ahí que la Historia dé siempre la impresión de estar a favor de lo más fuerte, es decir, lo que realmente ha sucedido: no hubiera podido quedar en el reino de lo no ocurrido, tuvo que ocurrir”. Elias Canetti. La provincia del hombre,. Madrid: Taurus, 1982, pág. 148. Citado por Manuel Cruz en Filosofía de la historia. Barcelona: Paidós, 1991, págs. 174-175.

(Véase, Miguel Ángel Fornerín: Ensayos sobre literatura puertorriqueña y dominicana. Santo Domingo: Ferilibro, 2004).