
MEMORIA Y OLVIDO EN UÑA Y CARNE[1]
El antropólogo francés Marc Augé[2] ha definido, el olvido como un acto necesario para la sociedad y para el individuo. Dice que “hay que saber olvidar para saborear el gusto del presente, del instante y de la espera”. La memoria necesita del olvido. En América Latina, memoria y olvido tienen un significado político que muchas veces desborda la pura presencia de la memoria en los sujetos, estableciéndose como un recuerdo político que es imposible borrar.
No siempre se puede olvidar. La memoria es presencia que le da objetividad al pasado. El ser es memoria. El recuerdo es el tiempo pasado que se resiste a morir. Para los pueblos postdictatoriales del Cono o para los caribeños que han sufrido las flagelaciones políticas del poder centrado en un tirano, recuperar la memoria, revivir el pasado, es un acto de fortaleza política. Es la perseverancia de un “nunca jamás”.
En Chile, por ejemplo, todo el repertorio simbólico de su historia ha estado dominado por la relación memoria-olvido, como bien lo ha planteado Nelly Richard.[3] Si acercamos el caso dominicano al chileno, estableciendo un corte temporal de más de cuarenta años, tanto para el uno como para el otro la persistencia de la memoria ha tenido el significado de no olvidar un pasado reciente que nos asalta haciendo que políticamente sobreviva un pasado desgarrador.
Marcio Veloz Maggiolo ha recuperado en su novela la memoria desgarrante de la virilidad trujillista. Él ha realizado un ejercicio literario con el firme propósito de que no se debe olvidara Así juega una política que se balancea en su propia estrategia. La memoria que es fragmento de recuerdo sólo es posible aprehenderla a través de aquellos elementos más lastimeros que permanecen como símbolo de un pasado traumático. La relación entre el poder y la sexualidad conforma esa recuperación que realiza el novelista.
El autor que recupera la memoria del trujillismo mediante la presencia grotesca de la sexualidad. En la novela el sexo no tiene ninguna máscara. Está ahí, descarnado, sin vestidura. El sexo es una presencia desgarrada. El poder lo usa como algo consustancial a su propia existencia. Si el poder pudiera seducir cambiaría su propia naturaleza. El poder no seduce; el poder impone. De esta manera la tortura es la forma grotesca con la que aparece en el escenario el poder del dictador. El sexo es la sustancia de su manifestación fálica.
[1] Marcio Veloz Maggiolo. Uña y carne, memoria de la virilidad. Santo Domigo: Editora Cole, 1999.
[2] Marc Augé. Las formas del olvido. Barcelona: Gedisa, 1998.
[3] Nelly Richard. La insubordinación de los signos. Santiago de Chile: Cuarto Propio, 1994.
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